Exceso, abundancia y escasez: ¿nos han robado la palabra? En busca de un lenguaje capaz de transformar la vida hoy 

1. Nuestra época extiende cheques narrativos que nuestra experiencia no puede pagar 

Tanta inconsecuencia nos puede llegar a enfermar. Creo que a mí me ha pasado. Nuestro mundo está superpoblado de historias, informaciones, fragmentos de sentido, reclamos, “contenidos”, pero cada vez parece más difícil que estas historias puedan tener alguna consecuencia real sobre nuestras vidas. La mayoría de ellas no nos ayudan a transformarnos. No provocan verdadera experiencia ni se arraigan en ella. Si acaso nos dejan aún más impotentes y cansadxs. 

2. Miles de historias, una única experiencia posible 

Punto de partida, entonces: ese malestar que sentimos, esa atención constantemente dividida, esa prisa, el constante bombardeo de estímulos que llevan a la frustración, el nunca es suficiente, el sentirnos cansados y prisioneros de una vida que no logramos cambiar. Por más que nos puedan atraer y seducir esas miles de historias que nos reclaman, parece que casi siempre acaban reforzando una única experiencia posible: la de ser un individuo aislado que tiene que sacar su vida adelante, hacerla valer, ya sea con dinero o con “contenidos”. 

Nos quedamos solos ante el trabajo infinito de reparar la (supuesta) falta de valor de nuestra vida. 

En el mejor de los casos, para quienes tenemos cierta estabilidad material asegurada, esto provoca el malestar. Para muchas otras personas, trabajar para dar valor a su vida significa defenderse de violencias que ponen en peligro directo su subsistencia. 

3. Si no nos contamos, nos cuentan 

Vivimos en el lenguaje. Pensamos y sentimos con la mediación de palabras. Tendremos que cambiar nuestro lenguaje si queremos cambiar nuestras vidas, salir de la cárcel del individuo desvalorizado y condenado al trabajo infinito de darse valor, siempre en competición con los otros y consigo mismo. 

¿Por qué la mayor parte de las historias que nos atraviesan parecen incapaces de ayudarnos a salir de esa cárcel? 

Una posible respuesta: porque esas historias “nos cuentan”. Son fragmentos de sentido en cuya elaboración nosotrxs no hemos participado, nos llegan ya hechos. Noticias, informaciones, análisis, entretenimientos, construcciones de realidad que nos ponen en la posición de ser espectadores, consumidores, receptores, turistas 

(de nuevo: individuos en busca de algo que les dé valor). Ajenas a nosotros: a nuestro deseo –un existir más allá de la escasez que no cuenta. 

Frente a esto, la alternativa parece evidente: tomemos las riendas de las narraciones que nos cuentan, contémonos nosotrxs mismxs y contémonos de otra manera. No como individuos, sino como seres vinculados, no como perseguidores de un valor siempre insuficiente, sino como participantes en una abundancia de capacidades y potencias. 

4. Espacios autónomos y experimentales de construcción de sentido 

Un caso: el feminismo. Gran parte de su fuerza está en ser capaz de crear espacios en los que podemos pensarnos y contarnos de esa otra manera. Espacios en los que no se trata tanto de “cambiar el relato”, como pretenden los think-tanks de la izquierda, no se trata tanto de cambiar unos “contenidos” por otros, unas agendas mediáticas por otras, sino de elaborar un lenguaje capaz de arraigar en la experiencia y transformarla. 

Como vemos en la película Tódalas mulleres que coñezo (Xiana do Teixeiro, 2018), esto puede darse a partir de algo tan sencillo como hacer posible conversaciones entre mujeres sobre la violencia machista. Asistimos en esas conversaciones al inmenso poder transformador que puede tener algo tan sencillo como la palabra que circula libremente, cuando pone en juego el cuerpo, la experiencia, lo que importa. 

“Hablar de lo que nos importa”: esa podría ser también una de las premisas que rigen otra película reciente que filma un proceso de transformación colectiva a través de la palabra. Me refiero a El año del descubrimiento (López Carrasco, 2020). En ella vemos aparecer a través de conversaciones y testimonios todo un mundo silenciado, que no es solo el de la clase obrera de Cartagena en sus luchas contra la reconversión industrial, sino el de todo aquello que no cabe en la versión despolitizadora y triunfal de la democracia española. Donde había un relato oficial sobre individuos que deciden dejar atrás sus diferencias para abrazar un ideal de modernidad europea y clase media, lo que reaparece es la narración coral de una experiencia colectiva de explotación y auto-organización subalterna que se alarga desde la guerra civil hasta el siglo XXI. 

Y es que este contar(nos) distinto, y en común, no solo se ubica en el presente: el poder de contarnos frente al mercado de experiencias también está en la producción de memoria, de relato colectivo del pasado, sobre el que se extiende también la sombra de la escasez. La producción de memoria, pensada así, no busca cerrar los sentidos del pasado ofreciendo una narrativa conclusa y esclarecedora, conformada por “contenidos” intercambiables. Esto seguiría repitiendo lógicas de representación y legitimidad: la jerarquización en la producción de sentidos –como dice Brigitte Vasallo, el sistema es el método, y no la forma. Se trata de abrirnos a la posibilidad de pensar e imaginar colectivamente otros pasados, y contar(nos) aquellas experiencias que no se consideran relevantes para ser contadas. Experiencias divergentes que dan cuenta de un malestar: el de la violencia producida por los procesos de desposesión y homogeneización del capital sobre los cuerpos a lo largo del tiempo. Eso es lo que intentó hacer Brigitte Vasallo en la primera parte de la Trilogía de Naxos, “Drama en tres lamentos y un par de actos”, un proyecto de investigación memorística, estética y teatral que contiene en sí años de búsqueda 

para dar forma a un malestar: el de las memorias migrantes o, más concretamente, la memoria charnega. 

Que “lxs cualquiera” puedan contar sus historias, que no se les impongan representaciones externas (ni siquiera las de los “expertos” y “líderes” de izquierdas), es también la intención declarada de varios libros de no ficción y de ficción publicados recientemente por la editorial La Oveja Roja. Somos Coca-Cola en lucha: una autobiografía colectiva (2016) y Somos las que estábamos esperando. Mujeres que no se rinden (2020) recogen experiencias transformadoras de lucha política contadas por quienes participan en ella. En el caso de Abundancia: contrato obra-vida. Libro-libreta (2022), se desafía además al modo de producción y consumo del libro, hibridando una escritura colectiva con espacios en blanco para que las lectoras puedan escribir también. Hay una voluntad pendiente de atrapar los efectos de la escritura en la propia vida. De animar a un uso de la escritura, la lectura y el libro para celebrar la vida en todo: para quererlo todo. Buscamos la exponencialidad de un modelo en que el lenguaje dé cuenta y transforme la experiencia. Una abundancia de posibilidades de vida que parecía imposible en el desierto del individuo devaluado. A este respecto, y usando las herramientas de la ficción, la novela La gran abundancia (Moreno-Caballud, 2022), sitúa su fábula (distópica y utópica a la vez) justamente en esa encrucijada en la que el mercado existencial capitalista intenta sin éxito colonizar toda esa abundancia de experiencia y narración para volver a convertirla en escasez: imagina un mundo en el que toda la energía del capitalismo se ha concentrado en producir relatos, en lugar de dinero. 

A menudo este tipo de reflexiones sobre el lenguaje y los procesos de auto-representación se consideran en cierta medida secundarios en los movimientos sociales. La actitud activista clásica (y su política masculinizada) pone el énfasis en la “acción”, y reserva para el lenguaje únicamente el lugar de la consigna, de la “corriente de opinión” o, más recientemente el de las llamadas “guerras culturales”. Esa posición no entiende que el uso del lenguaje puede ser en sí mismo política y existencialmente transformador cuando se experimenta con él, pero no cuando se recibe ya listo para consumir. 

5. Conversación, lenguajeo, escritura, lectura… 

Asamblearnos, juntarnos para conversar, contarnos lo que nos importa, lo que nos atraviesa, abrir otras memorias, otras experiencias… son a la vez gestos muy sencillos y muy difíciles. Si la coyuntura actual parece tender hacia la reacción e incluso al fascismo, ¿no es en gran parte porque los espacios en los que podemos contarnos de esa otra manera son pocos y están amenazados? Después de la gran eclosión de “voces de cualquiera” que acompañó a la crisis del capitalismo en 2008, en los últimos años los “expertos” y los “representantes” han vuelto a ocupar el centro de atención colectivo. 

Al mismo tiempo, según cómo miremos, los espacios autónomos de creación de sentido parecen proliferar. Los usos transformadores del lenguaje no siempre pasan necesariamente por la situación conversacional. Según Paula Pérez-Rodríguez y María Salgado, hay toda una abundancia de “artes verbales” que experimentan con usos “incorrectos” del lenguaje, desafiando a las fuerzas que tratan de normalizarlo. Estos experimentos de “lenguajeo” son comunes, no están reservados a quienes se llaman poetas. Así, por ejemplo, Pérez-Rodríguez y Salgado señalan la existencia 

de un uso popular del reguetón en el que se ensaya colectivamente “la capacidad de deshacer poéticamente los consensos de una hegemonía histórica” patriarcal y hetero-normativa. 

Si bien es cierto que se puede recuperar una palabra capaz de transformar la vida tanto en los corros de las asambleas como los que se forman en las pistas de baile, al mismo tiempo otras prácticas a veces más solitarias, de escritura y lectura, pueden alcanzar intensidades similares. Mari Luz Esteban, por ejemplo, ha cultivado lo que ella llama una escritura “encarnada”, que utiliza tanto las herramientas de la antropología como las de la poesía para llevar a cabo diálogos con el cuerpo, viajes sensoriales que combaten el embotamiento producido por el exceso de ruido que nos rodea. De un modo cercano, Amador Fernández-Savater defiende la lectura como práctica emancipatoria, como una suerte de “ejercicio espiritual” en el que se cultiva la atención y la capacidad de ser afectadx por lxs otrxs, frente a la competencia y la movilización constante que el neoliberalismo requiere hoy del individuo. 

6. Por todas partes 

Cuando empezó la pandemia del coronavirus, con algunxs amigxs comentamos lo decepcionantes que nos parecían la mayoría de los textos que nos llegaban. Sus autores se colocaban en una posición de no afectación para explicar lo que era el virus, y a menudo también para afirmar que la pandemia confirmaba sus teorías o predicciones anteriores. Retomando las herramientas y tradiciones de aprendizaje colectivo que teníamos a la mano, pusimos en marcha unas reuniones semanales para pensar juntxs que continúan hasta hoy, e intentamos experimentar con otras formas de escribir sobre el virus. 

Hay obviamente una gran diferencia de visibilidad entre esos artículos de las “grandes firmas” de la izquierda y el pensamiento colectivo que se teje en nuestras asambleas. No tenemos ningún problema con eso, quizás justamente lo que este tiempo nos requiera sea incluso cierta clandestinidad, o cuando menos, no entrar en la guerra mediática por la atención. Al mismo tiempo, nuestra propia falta de “visibilidad” siempre nos permitirá preguntarnos: 

¿Cuánta otra gente estará haciendo cosas parecidas, y no lo sabemos? 

No sería la primera vez que nos pasa en la vida, si un buen día nos levantamos y nos damos cuenta de que por todas partes hay gente que está harta de que le hayan robado la palabra, y que anda inventando maneras de recuperarla. 

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