(Este texto ha sido escrito primero por Luis en su letra redonda, y luego interrumpido por Eva en la letra cursiva, Alba luego nos lo ha revisado. La urgencia por mandároslo hizo que Luis lanzará un texto largo y Eva se entrometiera. Aún así Alba dice que el texto funciona porque el diálogo “se nota que lleva tiempo sucediendo”. Alba se suma en comentarios con cosas que se le han disparado al leerlo, lo dejamos por si os sirve para entrometeros también).
De entre las muchas cosas que tenemos en común y que desde que nos conocemos hemos ido descubriendo, está un amor por la palabra “abundancia”. La huella más evidente de esto está en los títulos de los libros Abundancia: contrato obra-vida. Libro-libreta, (que surge de uno de los procesos de escritura colectiva que has animado), y La gran abundancia, (la novela de ciencia-ficción política que escribí y que publico ahora con vosotros en La Oveja Roja). Me gustaría pensar sobre eso, y mi primer impulso es hacia intentar una ordenada recapitulación cronológica de esos descubrimientos de afinidades desde que nos conocimos en 2011, presididos por la noción de abundancia.
Pero no. Estoy intentando aprender a no hacer tantos planes, a no ponerme a escribir a partir de una idea, a no querer cuadrarlo todo perfectamente en demostraciones y argumentos que se apoyan unos en otros.
El otro día te comentaba que soy incapaz de recordar cómo se dio esa coincidencia de uso de la misma palabra. Me gusta pensar en las palabras como los pies de los poemas, desde niña listaba palabras que aún no conocía para luego, para el futuro, para aprender su significado y ampliar mi mundo. Ahora a los 52, me las encuentro y veo que hay muchas que aún no las he buscado, descubierto, nada de nada y me da ternura. También cierto miedo por lo corto que es esto del vivir como más o menos hemos convenido casi todo el mundo que “se vive”.
Los dedos sobre el teclado del ordenador se mueven como amasando una plastilina muy suave. Muy poca resistencia, es tan fácil borrar y reescribir, dedos-teclado-argumentación: es un dispositivo perfecto para esa inconsecuencia de la que hablamos, que nos aqueja a menudo, la inconsecuencia del lenguaje, el no conseguir que arraigue en la experiencia. A veces, como dicen en inglés “talk is cheap”, es tan fácil soltar palabras, frases, porque no van a tener ninguna consecuencia importante, o porque no van a llegar a tocar lo que de verdad nos importa, lo que nos hace.
De siempre se me han quedado grabadas tus frases, como esa de “get a life”, “hazte una vida”, como si la “vida” entre tanta categorización, entre tanto deber ser, no fuera hecha, no existiera, más que en ciertas condiciones; leáse: edad adulta, dineraria, cuerda, competitiva. Las otras son no vidas. Esta de “hablar es barato” también me quedará resonando y lo sé. A mí es de las cosas que más me cuesta asumir. Si alguien quiere dañarme lo que ha de decirme es que soy inconsecuente. Que mi uso del lenguaje no hace mi vida más justa, mejor. Que parloteo, o miento, o finjo… Luego he descubierto que en eso estoy muy acertada, en velar por eso, porque lo que más me interesa de lo que voy pensando del valor de uso del lenguaje tiene que ver con que existe el lenguaje para nuestro desarrollo vital, o sea que hablar es muy productivo para mí. Puede que sea barato. Pero es fecundo[a1] .
Sabemos en cualquier caso que eso no es nunca del todo así: que nuestra facultad de lenguajear [a2] no está nunca completamente separada de nuestra capacidad de afectar y ser afectados, que constituiría la base de eso que llamamos “experiencia”. Un acto de lenguaje es en cierta medida siempre una “experiencia”, pero a menudo tan minúscula que se pierde, una afección diminuta, que no deja huella, no crea nuevo hábito ni nueva memoria. El otro día alguien me hablaba de la “coherencia cardiaca”: tal como esté el corazón, está el cerebro, y viceversa. Si uno anda agitado el otro también. Sin duda el corazón agita al lenguaje y viceversa, en ese nivel micro. Y pensaba en estos días también con una amiga que ha publicado un libro con el registro lingüístico de sus sueños, pensábamos que soñar es otra de esas actividades en las que aparece claramente esa “vida que se vive a través de nosotros”, como en el latido del corazón, en la digestión, en la respiración, etc. El experimento que ha hecho esta amiga, apuntar diariamente sus sueños nada más despertarse, crear una huella lingüística de esa “vida que se vive a través de nosotros”, nos hacía pensar también que el lenguaje, el existir en el lenguaje, es muy parecido al respirar. Y que nuestro lenguajear consciente se parece al de los sueños, en la medida en que no podemos no tener lenguaje: nos pasa el lenguaje igual que nos pasan los sueños y la digestión.
El lenguaje nos pasa, sí. Pero nos empeñamos en fijarlo. Y no solo la Real Academia de la Lengua, cualquiera a la que se descuida se crea textos mantita de sofá o textos colcha de seda o textos karma y no hay quien le saque de ahí. En lugar de lenguajear para ampliar mundo, para recorrer lo nuevo por venir, nos dedicamos a regodearnos en nuestros textos ombliguito del mundo y dale que te pego. En la librería lo he visto tan claro. Alguna gente no se baja de su texto jamás, es más, incluso está mal visto. Eso de ser un “chaquetero”. Haber sido de izquierdas y pasar a ser de derechas, cambiar por haber pensado o visto algo claro. Últimamente no para de salirme la frase “estamos enfermos de representación y de identidad”. No sabemos llevarnos con el devenir, ni tan siquiera te diría yo con las afectaciones. Mostrarte afectado por la obra cultural produce pudor, lloramos en el cine con la sala en negro, pero en una conferencia que nos echemos a llorar es raro. Incluso en la universidad, no se trata de afectarnos, se trata de aprender y parece estar desunido. El otro día en un texto escrito por un anarquista de los que vivieron anarquistamente antes de la guerra civil, como mi abuelo, me encontré el verbo “culturaba”. Leían, hacían obras de teatro y cambiaban sus vidas y atravesados de consecuencias de las palabras y sus actos, hacían verbos los sustantivos, que es lo más vital del mundo.
Ese estar atravesado por el lenguaje, ese existir siendo constantemente afectado por palabras que nos hacen, a menudo da miedo. Y preferimos a veces, como dices, fijar el lenguaje, controlarlo, inmunizarnos, separarlo de la experiencia para convertirlo en paquetes de sentido estandarizados, consumibles sin consecuencias. Es una estrategia que forma parte de todo un repertorio de formas de control impuestas sobre esa “vida que se vive a través de nosotrxs”. No hemos conseguido privatizar aún la respiración, ni el latido del corazón, aunque ciertamente se venden (a quien puede pagarlos) respiradores artificiales y trasplantes de corazón. Sin embargo, ¿es concebible que el capitalismo llegue a privatizar o incluso a producir la vida? Recuerdo que tú escribiste: “Consumir Coca-Cola nos puede hacer olvidar el valor del agua clara. Coca-Cola no puede producir agua, ni el capitalismo, la industria del libro capitalista, puede producir libros revolucionarios. Pero nosotros sí”.
Pueden privatizar el agua, pero no pueden convertirse en los autores del agua. No han inventado el agua. Pueden decir que son propietarios de ríos, lagos y hasta mares. Pero ellos no han decidido que el agua sea una condición necesaria para “la vida que se vive a través de nosotros”. Pueden usar el lenguaje también como valor de cambio, acumular frases que para dar prestigio a un Yo. Pero ningún Yo ha decidido que su existencia esté necesariamente atravesada por el lenguaje. Ningún Yo es el autor del lenguaje, ni de su propia existencia. Ningún Yo posee ni controla la vida que le atraviesa. Ningún Yo puede poner a su servicio el lenguaje, por más que eso es lo que se haya pretendido tradicionalmente con la función-autor y la institución literaria.
Es claro que el “capitalismo de autor” nos ha resultado insoportable a los dos y lo hemos huido. Aunque igual habría que irse más atrás, a todo eso que conocemos como occidente. A eso de la razón monoteísta [a3] que usamos tanto… Aunque sin pensarlo como bloque… y sin abusar del término, no me gustan las palabras que acotan la experiencia, la parcelan para dominarla y ciertos usos críticos del término capitalismo hacen eso, advierten al otro de una posición que se diría inamovible. Y entonces para qué hablar, escribir o pensar… si no sirve para comprender cuanto más, mejor… Pero bueno eso es un asunto larguísimo. Volviendo al pobre autor… para someterlo a las privaciones que se les somete hay que prometerle mucho. Le quitan el uso de sus órganos, le quitan las afectaciones, su propio desarrollo y cuando ya lo han momificado, le han matado, le dan premios y nos los empiezan a mostrar como iconos de sometimiento con sus relatos maniaco depresivos. Eso es un autor-autorizado, en general, un tipo bastante enfermo, que enseña la resignación. Es un uso de la autoría, que a mí me mataría.
Cuando nos conocimos nos contamos nuestras historias sobre las respectivas primeras novelas que habíamos publicado más o menos recientemente. Por supuesto estaba la emoción de haber logrado llevar a término obras narrativas de cierta complejidad, con la imaginación y el lenguaje, quizás también con las vísceras, y la alegría de poderlas compartir. Por otra parte, teníamos muchas dudas sobre el proceso. Corrígeme si me equivoco, pero creo que lxs dos sentíamos que si nos dejábamos, si no hacíamos algo al respecto, se nos colocaba por un lado a nosotrxs inmediatamente en una posición de autoría que se había construido gracias a siglos de jerarquías culturales, es decir, gracias al desprecio a las capacidades de cualquiera para hacer arte. Y por otro lado, a nuestras obras se las ponía por defecto en el mercado de los “contenidos” (sean literarios o de cualquier índole) que la máquina capitalista necesita producir constantemente dentro de su lógica de escasez (nunca hay suficiente de nada cuando todo se juzga según un supuesto valor cuantificable). En estos años para mí ha sido una enorme inspiración ver cómo te pusiste justamente a hacer “algo al respecto”, para evitar esta forma de cultura miserable. No solo algo, sino un montón de cosas. Desde los experimentos múltiples y sostenidos de Cine Sin Autor hasta los procesos de acompañamiento en la escritura, como la propia Asamblea Abundancia, pasando por haber construido y consolidado una librería y una editorial que se toma muy en serio eso de que el capitalismo no puede producir libros revolucionarios pero nosotrxs sí.
Y luego están los textos: tus artículos sobre literatura, las entradas del blog, la auto-etnografía escrita para entender tu relación con las jerarquías culturales, con el viaje a la memoria familiar que eso implica.
Un pensamiento situado. Situado en la subalternidad, pero también, entre otras cosas, en un deseo de escribir, de hacer arte, que no acepta la cárcel de lo individual y la miserable recompensa del prestigio. Un deseo de que se reconozca que “el arte es como el mar, que nos pertenece a todxs. Es más, que lo habitamos todo el rato”.
A veces me pregunto cuánto de lo que me contó mi abuelo sobre cómo ellos “culturaban” me ha construido. Hay tanto que no sabemos de nosotras mismas. Pero me atrevo a pensar que ciertas palabras que no recuerdo, no las he podido olvidar. El otro día leía un libro de filosofía de COU que me encontré por azar en casa de Alfonso y justo habían seleccionado trozos de textos, no los explicaban con conceptos, sino que los ponían ahí. Un trocito de Wittgenstein, otro de Kant, y puedes leer el ejercicio inmenso que hace un filósofo con el lenguaje para construir un sentido que entiendo necesitaba producir. A ratos creo que la “eureka” de la vida está en usarnos en lo más original que somos para darnos lo que necesitamos[a4] . Sin más. Hacernos agua clara. No producto. Estallar el marco. Eso lo hizo Steve Jobs… Luego Mac ya es como el mar metido en la piscina y queriendo eternizarse cobrando a quienes quieren bañarse entre el cloro. Es una experiencia, una piscina; pero no es el mar. Nos da miedo pasar, morir… Es viejo decirlo. Pero como lo viejo lo hemos descartado, lo desconsideramos…
Habrá quien diga que también el IPhone quiere convertir a cada persona en artista. Ciertamente, creo que es legítimo decir que ese es uno de los proyectos de la cultura del capitalismo tardío: convertir a cada individuo en ese tipo de artista que se define como un Yo que ejerce un control sobre una materia sensible y produce una obra que le va a servir para ganar valor (monetario o simbólico), a él y a quien la “compre”. Esto es lo que a veces se confunde, cuando se habla de democratización cultural: sí, se ha democratizado la cultura anti-democrática, la cultura jerárquica, se ha democratizado incluso el desprecio a las masas propio de la tradición intelectual occidental. De manera que ahora cualquiera [a5] puede acceder a ser ese tipo de “autor”, pequeño genioide produciendo sus obritas para acumular prestigio al menos en sus círculos cercanos y gozar del derecho a una pizca de superioridad consciente o inconsciente a quienes se convierten (aunque sea por un segundo) en su “público”.
En todos los experimentos que conozco en los que has colaborado con otrxs creando las condiciones para que personas que no se sentían autorizadas a hacer cine o literatura pudieran hacerlo, siempre me han maravillado los momentos en los que se conseguía derrotar a esa concepción autorial. Cuando leí Abundancia, realmente eso me maravilló. Ver cómo un proceso de asamblearse y escribir y leerse tan potente, inmediatamente desplaza las cosas hacia otra lógica, que tiene también que ver con el valor, porque hace que lo que aparecía antes como irrelevante, o indigno de atención se convierta en algo valioso, pero que en lugar de tratar de acumular valor en un Yo, lo que hace es dar valor a un común no cuantificable. En ese sentido, la aparición constante de lo inconmensurable en esas escrituras me resultaba tan significativo, y precioso. Es cierto que lo leí en pleno duelo por la muerte de mi padre, pero me parece que es justo decir que en gran medida, el proceso colectivo de ir hacia la escritura que aparece en Abundancia, aún con su pluralidad y sus diferencias, es también un proceso de ir hacia un intento de escribir la muerte, o al menos, lo inconmensurable.
Una abundancia no comparable, no cuantificable, no “contable”, surge cuando nos acercamos a un tipo de escritura que no está encerrada en el Yo, en la privatización y la mercantilización del lenguaje, cuando no le queremos sacar cuentas al lenguaje, y lo tratamos como esa respiración que nos tiene, como esa digestión que nos va siendo, como esa vida-muerte que nos va viviendo y muriendo.
Como pensamos poco en la cultura como verbo, pensamos poco en su accionar y sus repercusiones más allá de las mensurables en dinero… Yo sin embargo es algo que pienso todo el rato. Eso de ¿qué te hace hacer un texto? ¿un libro? Y me gusta mirarlo en el tiempo, por eso adoro hacer cosas chiquitas. Reduzco mi interés a las relaciones con la palabra a lo que puedo atender en algunas de sus repercusiones para la vida en el tiempo. En ese sentido es cierto que aún no hemos publicado el libro Abundancia, en su modo de Libro-libreta que era una apuesta, pero escribirlo fue brutal. Nos cambió a todas y permitió que nos comprometiéramos con la palabra compartida, porque luego acompañamos a María Jesús a morirse. Montamos un grupo de WhatsApp para cuidarla cuando su cáncer le tomó la cabeza y le quitó parte de conciencia. Fue un proceso tan brutal que aún no hemos podido contarlo. Como tal libro Abundancia se paró ahí, no se distribuyó como deseábamos como un Libro-libreta, pero culturó en el sentido de hacer que como humanas nos proveyéramos de lo que la naturaleza no cubría. A mí me interesa lo que un texto, también como libro, puede hacer. Cuando hago un libro, pienso inmediatamente en sus usos. No acepto la monoforma del mercado, un autor con su ejército de adoradores estimulados a la respuesta más rentable y solo a esa. Con su trágico efecto de adormecer tus años de lector con dinero, que quiere ratificarse en todo y sorprenderse un poquitito, sin demasiada conmoción. Dicen que el origen del lenguaje sustituía también a los momentos de tocarse en círculos de los monos y que cuando ya eran demasiados y no podían seguir tocándose comenzaron a hacer música y de ahí fonemas y de ahí grafías con sus significados y de ahí de ahí Kant y la Inteligencia Artificial. Todo el rato usamos del lenguaje para confortarnos, el uso mainstream hay que reconocer que también tiene ese efecto calmante, evasivo, adormecedor. Con todo con eso no basta, necesitamos ir más allá, el segundo lema más potente que recuerdo de Abundancia fue ese de “Lo queremos todo”. Queremos lo que nos cuida y también lo que nos mata. Lo que nos da fuerza y lo que nos da miedo. Lo que entendemos y lo que no. Y por supuesto lo que menos entendemos que nos pasa es la muerte.
Citas a veces a Marvin Minsky para hablar de los estudios sobre las múltiples habilidades necesarias para realizar cualquier sencilla tarea manual, como lavar los platos o construir una casita con legos. Todas esas cosas que sí sabemos hacer, que damos por hechas, pero que son extremadamente complejas. Dices que vemos mucho más lo malo, lo que nos falta, lo que nos duele, y que ignoramos todo eso que sí podemos y sabemos hacer, y que nos está haciendo bien. Hablas de la literatura de izquierdas, de su fascinación con la derrota, con la idea de que “es imposible salir del capitalismo”. La atracción del “mal”.
Como sabes, Bego y yo tenemos como guía e inspiración constante algo que hemos pensado habitualmente como el deseo de narrar de lxs niñxs, o simplemente su deseo de lenguaje. Pensaba, en estos días en los que decidíamos poner una portada de dibujos infantiles para La gran abundancia, que la crianza te permite ver literalmente como a alguien le pasa el lenguaje. Ver la llegada del lenguaje al mundo del bebé, que es ya tan rico sin lenguaje. Quizás cuando decimos que la niña “desea lenguaje” no es la mejor manera de expresarlo, porque más bien es que el lenguaje pasa a ser parte de la vida que se vive a través de ella, como lo era ya la respiración. Sí, hay deseo implícito, pero es un deseo quizás más de esa vida que “quiere” vivirse, respirarse, lenguajearse, que de la niña como un Yo que aún no es. En esos momentos, al principio podríamos decir que habla como respira. Lenguaje, corazón, cerebro: guardan una coherencia.
Crece, incorpora más palabras, frases. Se apasiona por las historias, las escucha, las cuenta, las reclama… ¿Cuándo, en qué momento esas historias empiezan a desacompasarse de su respiración, de su corazón[a6] ?
O quizás podríamos también preguntar cuándo su corazón y su respiración empiezan a desacompasarse de su lenguaje. Y lo digo porque no quiero que se interpreten mis palabras como un mandato dogmático de ajustarnos a tal o cual fisiología o “naturaleza”. No hay un ritmo preestablecido, el latido no es un metrónomo. No hay un plan preconcebido para la vida que se vive a través de nosotros, que es potencia de ser siempre otra cosa.
Pero lo que sí que hay son muchas formas de negar, esconder, bloquear, esa potencia.
Muchas de esas formas, diría que la mayoría, entran por el lenguaje.
Y sin embargo, si algo he aprendido de lo que tú haces, es a no desconfiar del lenguaje, a darme permiso para amarlo[a7] .
Tanto, que incluso me he dado permiso para volver a confiar en la novela como forma. Confiar, sí, pero a partir de esa confianza, afrontar los problemas “de poética”, que se convierten en problemas existenciales, cuando intentamos mantener el arraigo del lenguaje en la experiencia. ¿Cómo se puede escribir novelas todavía cuando la máquina de convertir el lenguaje en contenidos de usar y tirar nos espera y nos acecha en cada esquina? ¿Cómo escribir novelas con el cuerpo? ¿Cómo dejar que sea esa vida que se vive a través de mí, la que escriba, y no el Yo que, como el rey Midas, convierte todo lo que toca en escasez?
En el arranque de esa autoetnografía que llevo años escribiendo y no termino porque no quiero generar un texto para tener razón[a8] , sino un texto para sanarnos de esa enfermedad de la representación y la identidad como única forma de vitalizar una obra, pues en ese texto me he empeñado en escribir sobre lo que no puedo dejar de pensar, no sobre lo que tengo resuelto y una de mis obsesiones es esa de empeñarme en que la forma en que nos hacen relacionar con la oralidad implica la mutilación de un sentido con varios órganos implicados que es el habla. Creo que los incas decían que el hablar era como el oír, el ver, el oler y el tocar… Sería bonito pensar la unión de eso y el corazón, oírnos, sonar, el latido… ¡guau! cuanto por saber aún.
¿Te acuerdas como nos obsesionaba eso del sanar, hacer libros como manzanas? Si me fastidia mucho ese empeño en los relatos catastróficos, comprendo su uso: ese de darse calma… tan legítimo; más comprensible que intentar contar el infinito o la muerte es hacerse el listo e ir de que sabes de qué va el mal y encontrar un malo, un enemigo, una causa, una lucha batallable y comercializar las armas y los discursos que las venden. Me sirve para eso toda ideología y la guerra. La relación poder-saber es flipante como no miramos cómo nos habita a cada quien. Solo vemos la enajenación del contrario, no la propia. No notamos a qué poder estamos reverenciando, qué poder al sostenerlo nos desposee. Olvidamos que el poder para ser poderoso necesita desposeer. Que no hay poder que no exista proveyendo impotencia. Y que no hay poder que no pretenda desacompasarnos de nosotras mismas y hacernos obviar el tiempo, la muerte, el ritmo. Sí esa pregunta que planteas en este texto que estoy interrumpiendo con estas cursivas es muy interesante. Pensar el lenguaje como una música, un ritmo, un compás.
Fíjate que estos días pensaba en eso de “matar a la muerte” que tiene el lenguaje, los libros… No solo porque seguimos leyendo a Platón… Es flipante. Por otro lado, también lamentable pensar que seguimos leyendo a un tío de hace mil años y le damos más vueltas a ciertas cosas que él pensó que a las que nos tocaría pensar a cada quien en su propio contexto. En eso lo académico como acumulación de conceptos es nefasto. Esas formas de estudiar autores que no te permiten leerles… sentir su ritmo, su compás, verles armar el edificio. Ver como su necesidad y su uso de sus órganos proveyó obras.
Mi confianza va por ahí. Confío en que el uso es creador. Que la materia importa. Que la necesidad produce. El texto hace. Todo texto hace. Hace incluso cuando solo adormece[a9] . Cuando solo calma, aísla. Lo que hay que tener es mucho cuidado con que nos mortifiquen la sensibilidad. A mí es lo que más me fastidia de los autorazos, esa capacidad de momificar a sus seguidores que tienen, la jaula en la que se meten y desde la que te vomitan lamentismos y te conforman a su imagen y semejanza… Ahora bien pienso que eso pasa entre lo prescindible, lo que sí he ido comprobando es que cuando la vida se pone importante… el lenguaje lo usamos bien. El tema es que hay mucha vida diría yo que es fea y prescindible. Igual esto fue lo que acabó pensando Heidegger pero yo lo acojo ya después de tanto genocidio, y con Haraway y aunque me duela pensar que haya vidas que sobren, que quizá la mía sobra, me digo que hay belleza en todo, también en el horror y que lo bonito duele y tomo la muerte, lo excedentario, la basura, la vida sobrante, me autollamo vida sobrante, “niña del compost” y me pongo a jugar y confío, aunque tenga miedo, aunque me cueste un poquito tragarme, desentrañar ese abismo, me digo que aún quedan islas por descubrir y que eso justo es lo que hace que tenga que seguir existiendo… Esa abundancia.
[a1]Aquí me acordé de mi yo adolescente leyendo el libro ese para sacarme el carnet de conducir y pensar: esto no es lenguaje, o al menos esto no es lo que yo creo que debería ser el lenguaje. Pensar que estaba delante de un uso que le eliminaba la posibilidad de ser lenguaje, no sé si me explico. Y eso me ha pasado muchas veces, con otros textos y ya más de mayor, en que como decís, existen lenguajes que no nos hacen o no hacen cosas sino que solo nos generan escasez.
[a2]Creáis verbos: el lenguajear, y luego la alusión al culturear o culturar con el texto de tu abuelo anarquista, Eva
[a3]Me gustaría saber más sobre eso que dices, que hubiera una frase más sobre ello
[a4]Esta frase tampoco sé si la entiendo del todo. Entiendo por lo que la rodea, pero no sé si seria mejor refrasear o explicar qué es eso “más original “y “darnos lo que necesitamos”
EL VERBO REFRASEAR ALBA… AMO
[a5]Cualquiera entre comillas, no? Cualquiera que se pueda comprar un iphone y tener tiempo pa hacer eso
[a6]Eso me recuerda a un momento en que pensé algo parecido con el juego, que pasa mucho después. Recuerdo pensar (haciendo la siesta medio despierta y escuchando a niñxs gritar de fondo en el parque) que cuándo es que dejamos de gritar con esa visceralidad animal en el juego, o sea, cuándo entendemos que no se puede gritar y dejamos de hacerlo. Quizás es una tontería pero recuerdo que me dejó triste, porque creo que alude a algo así también, a algún desacompasamiento a la hora de disfrutar y gozar con las cosas. Y que el lenguaje sin duda (el grito también lo es) tiene que ver con ello.
[a7]Eso es un punto clave, y precioso
[a8]Molaría quizás un texto de ahí para el seminario? En todo caso, qué ganas de leerlo me da, Eva!
[a9]exacto, ahí está la clave
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